El teleférico de Puebla, ¿símbolo del progreso o del despilfarro?

Puebla.- El teleférico de Puebla, inaugurado en 2016 con bombo y platillo, ha terminado por convertirse en una pesada carga para el erario estatal. Hoy, a casi una década de su apertura, este costoso proyecto se encuentra detenido, sin generar beneficio alguno para la ciudadanía y representando un gasto mensual de un millón de pesos.
Su futuro, según ha declarado el gobernador Alejandro Armenta Mier, será sometido a consulta ciudadana.
Más allá de lo que decida la población sobre su permanencia o reubicación, lo cierto es que el teleférico representa un ejemplo claro de cómo las decisiones gubernamentales tomadas con poca planeación técnica y mucho enfoque político pueden terminar perjudicando a generaciones futuras.
La obra, construida bajo el mandato de Rafael Moreno Valle Rosas, casi duplicó su costo original, pasando de 166.4 a 359.2 millones de pesos.
No solo fue una de las más caras del país en su tipo, sino también una de las más cortas, con apenas 688 metros de longitud. A esto se suma el hecho de que fue entregada con más de un año de retraso y fabricada con piezas únicas, dificultando hoy su reparación.
Teleférico un proyecto que no genera ingresos
El resultado: un atractivo turístico que nunca logró consolidarse como tal, que hoy no opera y cuyo mantenimiento sigue costando millones.
Un proyecto que no solo no genera ingresos, sino que ha terminado en números rojos, víctima de contratos mal planeados y decisiones administrativas poco responsables.
El gesto del gobernador Armenta de someter su destino a consulta ciudadana es loable en cuanto implica un ejercicio de participación democrática.
Sin embargo, también debe ser una oportunidad para rendir cuentas sobre los errores del pasado y exigir responsabilidad a quienes, con cargo al dinero público, impulsaron una obra tan costosa como ineficaz.
Hoy Puebla enfrenta una disyuntiva: seguir cargando con el peso de un proyecto fallido o repensar su uso y ubicación.
Lo que no puede permitirse es repetir la historia. Que el caso del teleférico sea una lección para los gobiernos actuales y futuros: el desarrollo no se mide en estructuras vistosas, sino en beneficios tangibles para la población.