El Retorno de Mario Marín a su Refugio en Xilotzingo
El reloj marcaba poco después de la medianoche cuando Mario Marín Torres, exgobernador de Puebla, cruzó las puertas del penal de máxima seguridad de El Altiplano. Tras casi tres años y medio de encierro, abandonó la prisión, pero no la vigilancia. Su destino: la exclusividad del fraccionamiento San Ángel, en la colonia Xilotzingo, al sur de la capital poblana. Este sería el escenario de su arresto domiciliario, en medio de un proceso penal que sigue pendiente por el delito de tortura en agravio de la periodista Lydia Cacho.
Al ingresar al residencial, una caseta de vigilancia marca la frontera entre la libertad y la reclusión. La fachada blanca de su casa, marcada con el número 73, es discreta, protegida por un portón que oculta un espacio amplio y lujoso. No es una vivienda común; en su interior, se presume, hay una cancha de fútbol, una alberca, y los recuerdos de un hombre que alguna vez tuvo en sus manos el destino de un estado.
Desde el anuncio de su liberación, la calma que solía reinar en San Ángel se ha visto alterada. El flujo constante de vehículos y personas es un recordatorio de que esta residencia, antes un santuario de poder, ahora es un símbolo de vigilancia y controversia. Autos de servicio, como los de televisión por cable, han entrado y salido con frecuencia, mientras la comunidad observa con una mezcla de curiosidad y desconfianza.
La zona donde se ubica la casa de Mario Marín no es cualquier lugar. Xilotzingo es una de las áreas de mayor plusvalía en Puebla, con casas valuadas en más de 3 mil pesos el metro cuadrado. Es un vecindario que combina tranquilidad y lujo, características que, paradójicamente, contrastan con el peso de las acusaciones que Marín enfrenta.
El retorno de Marín a esta casa no es una vuelta a la normalidad, sino una reclusión bajo condiciones menos severas que las de una prisión, pero igualmente restrictivas. Su llegada, escoltada por la Guardia Nacional, subraya la tensión que aún rodea a su figura. El brazalete electrónico que porta es el único vínculo físico que lo conecta con el proceso judicial que sigue su curso.
Esta casa, que en su momento se rumoró había sido vendida tras su salida de la gubernatura en 2011, es también testigo de una historia que no termina. Desde que fue alcalde de Puebla entre 1999 y 2002, Marín ha mantenido un vínculo estrecho con este inmueble, asegurando que permanecería junto a su familia en Xilotzingo.
El pasado de Marín, marcado por su arresto en 2021, es un recordatorio de los hechos ocurridos en diciembre de 2005, cuando Lydia Cacho destapó una red de pornografía infantil en Quintana Roo. El proceso que enfrenta no ha concluido, y aunque ahora se encuentra en su hogar, su situación dista mucho de ser la de un hombre libre.
El precio de su salida de El Altiplano, una multa de 100 mil pesos, es pequeño en comparación con el costo que la justicia, y la historia, podrían reclamarle. Mientras tanto, San Ángel, con su aparente calma y exclusividad, se convierte en el escenario donde Mario Marín enfrenta las consecuencias de su pasado, rodeado por los muros de un lujo que, en esta etapa, se convierte en una jaula dorada.