El otro lenguaje en el atávico reino femenino.
Por Ivette Estrada
Las mujeres interactuamos, nos relacionamos y trabajamos “diferente”. Solemos darle cabida a la sutileza y emociones. Decantamos todo con un sentido de empatía, profundo respeto e incluso dulzura. No es almibaramiento, es la forma en la que desde siempre nos instruyeron para andar en el mundo.
El avasallar y los gritos no son lo nuestro. No es el sonido discordante y el insulto parte de nuestra esencia. Lo abrupto no es parte de nuestro reino. La comunicación de las mujeres, por ende, es un reino incomprensible para quien le gusta lo directo, sin ambagues o eufemismos. Las connotaciones son muy diversas y ricas en las palabras femeninas.
Aunque en las generaciones más jóvenes estos parámetros aprendidos a través del tiempo parecen resquebrajados, siempre perdura en el lenguaje de las mujeres una retahíla de sabiduría popular propalada a través del tiempo: No a los reclamos directos, palabras altisonantes, injurias. No a la confrontación, a conductas que lesionen la dignidad o aprecio de los otros, no la traición.
Aunque los hombres se jactan de que la palabra de caballeros es muy fuerte, no hay nada más indestructible que un pacto entre mujeres. Aquí si prevalece por sobre cualquier consideración el amor, la dignidad y familia.
Aún en las contiendas profesionales o sociales, existe una línea muy visible de lo que no se puede rebasar. No se acepta un triunfo si esto implica herir a una mujer. No se saltan normas que pueden representar menosprecio a otras. Nunca se cataloga de “arribista” o “puta” a otra. La razón es simple: somos grupos minoritarios que debemos cuidarnos unas a otras para subsistir. Es una hermandad recrudecida por el machismo.
Aún las integrantes de la C Suite corporativa, saben que sus mejores aliadas son las mujeres. Sin ellas aparecen en un reino tambaleante y llena de peligros: son intrusas en la cumbre, eslabón débil que debe reafirmarse momento a momento para permanecer.
En la pandemia mundial de Covid-19 se visualizaron viejos preceptos: con el cuidado de la casa, niños y adultos mayores, e incluso soporte a los propios colegas: las mujeres tenían al menos ocho horas adicionales de trabajo cada día. Comenzó una alarma incesante del agotamiento femenino. La meta de mujeres en puestos directivos no sólo cesó, sino que decayó abruptamente a nivel mundial.
De alguna manera, el viejo estigma de la mujer en el interior, no como parte activa de la vida pública, reaparece continuamente. Existe una segregación habitual y silente y se asume que el triunfo de cada una corresponde a un hombre: padre, mentor, marido…el valor se otorga con relación al personaje masculino cercano, no al trabajo y talento de cada una de nosotras.
Por ello, cuando logramos construir algo y comenzamos a extender las alas, solemos cuidarnos unas a otras: estamos conscientes del peligro de ser avasalladas.
No obstante, los paradigmas ancestrales no desaparecen. Mujeres de la generación X y mayores aprendimos que la alharaca no es parte de nuestra esencia. Entonces el reclamo más fuerte, muchas veces, créanlo, sólo es alejamiento y silencio.