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El subvaluado arte de la conversación

El subvaluado arte de la conversación

El subvaluado arte de la conversación
Por Ivette Estrada

Conversar es acceder a otros mundos y perspectivas, reflexionar sobre los propios puntos de vista, detectar analogías y descubrir escollos o cercos. Es volver inmensas nuestras posibilidades y mirarnos en los otros, tal vez con más bonhomía y comprensión. Es lanzarnos a un precipicio con la certeza de que encontraremos como asirnos y salir más fortalecidos.

La conversación también es una puerta inmensa e inmarcesible de la educación. Los 35 diálogos de Platón ejemplifican como el intercambio de ideas nos permiten forjar una percepción propia. Y no obstante su riqueza, se trata de un arte olvidado. La conversación está exigua, rota y, a veces irremediablemente perdida.

En las mesas se miran a los comensales abstraídos en sus celulares indiferentes al entorno físico y a las personas que tienen enfrente, las familias que se reunían para intercambiar puntos de vista y leer, ahora permanecen absortas ante un televisor de ideas ramplonas y sosas, los intercambios verbales se acotan a un deslucido ¿cómo estás? Que no espera respuesta.

Los diálogos son inexistentes.

Tal vez, en un principio, se asumió que requerían gran pericia para generar charlas trascendentes o interesantes. Mentalmente se empezaron a mascullar respuestas “brillantes” y doctas para sorprender al otro. Pero dejamos de escuchar al interlocutor. Sólo era nuestra voz que rezumbaba en nuestra cabeza una y otra vez. Estábamos atentos a lo que diríamos, a las frases geniales que endilgaríamos a los incautos que osaban tropezarse con nosotros.

Nos volvimos expertos en monólogos insustanciales, encriptados para no dar a conocer quiénes éramos o que pensábamos. La reticencia era el velo para ocultar vulnerabilidades o dudas.

¿Y después? Después arribó la superficialidad, los limitantes intercambios de palabras, los monosílabos, la cerrazón a compartir nuestros hallazgos y mundos. Sorpresivamente encontramos que alguien está dispuesto a compartir su cuerpo, pero no condescender a escuchar las ideas del otro. La conversación está tristemente vedada.

Encontramos entonces a quien camina en el mundo en una búsqueda feroz y obstinada de ser escuchado, pero que se rehúsa a entablar una conversación.

Y no: las pláticas transformadoras y cruciales no emergen de la nada, de encuentros fugaces o de un desesperado intento por impresionar al otro. Aparecen con la confianza al ser valorados ciertos estándares y reconocer en una charla insustancial las acotaciones que posee un marco referencial propio.

Se requiere un profundo respeto para el otro y para nosotros, para lograr desplegar nuestra esencia y compartir las opiniones sin sesgos ni prejuicios, para aportar.

Pero hasta la médula de un ideario o las emociones tratan ahora de fabricarlas al vapor, de vendernos cuáles son las temáticas interesantes que deben abordarse, de clasificar a priori las conversaciones trascendentales de las que no lo son.

La conversación es un arte que se ejerce a fuego lento, con la música casi imperceptible del corazón, con la certeza de que mi verdad puede no ser la tuya. La conversación es un acto de amor sin recetas.

La Chispa


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